Vivir con tío Martín

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Sabrina Sarasqueta

Era una tarde lluviosa y hablaba por teléfono con mi abuela acerca de las últimas noticias familiares. Ella me contaba que mi tío estaba enfermo y no se sentía muy bien. Le pregunté: "¿Cómo es tratarlo? ¿Cómo es vivir con él?" Sin querer, terminó confesándome cómo llegó mi tío a la familia.

Esta historia comienza a finales de 1969 con la adopción de un recién nacido de la etnia emberá, cuyo nacimiento tuvo lugar en la provincia de Darién, distrito de Pinogana, a orillas del río Tuira. Las circunstancias que rodearon su alumbramiento siguen siendo desconocidas. Sin embargo, gracias a referencias de lugareños, se dedujo que fue el resultado de un parto distócico con alto riesgo, al llegar al mundo a los seis meses de gestación. Hoy, en la familia, lo conocemos como el tío Martín.

El niño fue llevado al Hospital El Real de Santa María, nosocomio local, por sus padres biológicos en una situación sumamente crítica. En ese momento, el personal de turno se ocupó de su cuidado. No obstante, debido a su estado de gravedad, fue abandonado en una caja de zapatos, envuelto en una mantilla.

Casualmente, mi abuela, enfermera graduada, fue asignada a dicho centro médico. Al encontrarse con esta dolorosa imagen, lo examinó e intentó mantenerlo con vida. Su cuerpecito era diminuto, mostrando signos evidentes de desnutrición fetal, deshidratación e infecciones. El personal y el equipo médico eran limitados.

Ante esta emergencia y sin acceso a ningún medio de transporte, como un milagro, el jefe de Estado, Omar Torrijos Herrera, visitó el hospital y se enteró del caso. Mi abuela le pidió que trasladara al recién nacido y a ella a Panamá para poder atenderlo en el Hospital del Niño. Enseguida, el general ordenó un helicóptero que los transportó al helipuerto del Hospital Santo Tomás, ubicado justo al lado del nosocomio infantil.

El pequeño fue ingresado y recibió atención de los mejores pediatras y neonatólogos de su época durante aproximadamente tres meses.

Luego de que el bebé se recuperó, regresó junto a mi abuela al Darién. Los líderes y caciques localizaron a los padres, pero solo se presentó el progenitor, a quien le entregaron al pequeño. Sin embargo, la estabilidad del menor fue efímera, ya que luego fue devuelto en peores condiciones que cuando fue abandonado por primera vez.

El padre fue llevado a la corregiduría con testigos y declaró que no podía cuidar al niño debido a su delicado estado. Decidió dejarlo bajo la custodia de la señora Evangelina Cruz, mi abuela. Dada la mala condición de salud del pequeño, el sacerdote del pueblo le administró los santos óleos y lo bautizó con el nombre de Martín Alberto Cruz. Ahí, mi abuela lo reconoció como su hijo y se convirtió en parte esencial de nuestra familia.

Durante su infancia, en la capital, fue atendido por el doctor Edgardo A. Matos, quien con el tiempo detectó problemas en su crecimiento y desarrollo. Tenía disartria, dificultad en la aprehensión de objetos, déficit auditivo y disminución de las habilidades motoras y cognitivas.

Cuando alcanzó la edad escolar, fue inscrito en el Instituto Panameño de Habilitación Especial (IPHE). Su progreso fue limitado; tenía dificultades en el habla y la comprensión. Nunca aprendió a leer ni escribir, solo podía garabatear su nombre y número de cédula. No dominaba las operaciones matemáticas básicas. El diagnóstico que recibió fue de retraso mental severo, consecuencia de su prematuridad y la lesión sufrida por la desnutrición fetal.

A pesar de su discapacidad, nunca tuvo problemas para compartir sus talentos e intereses. Desde niño, fue un apasionado coleccionista de carritos de juguete y muñecos. Mostraba una destreza extraordinaria para la pintura desde los tres años. Nunca se perdió un capítulo de El Chavo del Ocho y jugaba al dominó como cualquier campeón del mundo.

Actualmente, es un hombre tranquilo, amoroso y siempre dispuesto a ayudar. Vive en su propia casa al lado de mi abuela. Su hermana (mi mamá) se encarga de su manutención; sin embargo, él también realiza pequeños trabajos eventuales, como asistente de ebanistería y albañilería. Sigue acudiendo a citas médicas recurrentes para monitorear su salud.

Así, mi abuela me reveló la conmovedora historia de mi tío Martín, que hoy, con todas sus limitaciones físicas y cognitivas, es un faro de inspiración para toda la familia. Vivir con él no es una responsabilidad, sino una linda aventura que nos ha enseñado a ver el mundo de una manera única y nos recuerda siempre la importancia de la empatía, la paciencia y la capacidad de amar y ser amado, independientemente de las circunstancias.

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